Drácula representa el mundo del deseo sin límites, sin moral, sin
posibilidad de aplazamiento o renuncia; Mina, el mundo paciente e
inquieto del amor humano, tan cercano a esa escritura que trata de
liberarse de la tiranía de las convenciones sociales y atender las razones del cuerpo.
Y lo perturbador de esta novela es que nos dice que esos mundos no
pueden dejar de estar juntos. El deseo le pide al amor que prolongue sus
goces, y el amor le pide al deseo que no lo deje sin locura. Ambos
buscan lo que no puede ser: las nupcias entre la vida y la muerte.
Gustavo Martín Garzo, a "El príncipe de las tinieblas", El País, 15.9.2012.
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