divendres, de febrer 14, 2025

Montserrat: Mil años hace que el sol pasa



Dispensen la boutade, pero a mí lo primero que me viene a la cabeza cuando me hablan del milenario de Montserrat es la canción “Por las paredes”, que Joan Manuel Serrat dedicó al crítico de arte y político Alexandre Cirici Pellicer y que empieza con “Mil años hace que el sol pasa / reconociendo en cada casa / el hijo que acaba de nacer”. Es una canción maravillosa, de 1978, escrita pues en plena transición, cuyo arranque navideño termina por describir perfectamente la Catalunya que muchos tenemos en el corazón: “patria pequeña y fronteriza, / mil leches hay en tus cenizas”, de un pueblo “empecinado, / [que] busca lo sublime en lo cotidiano”.

Bien, pues la Abadía de Montserrat ha estado ahí estos mil años y ha sido el fiel testigo de los avatares, luchas, sueños y fracasos que atesoramos los catalanes. Una fidelidad de la que nos dan testimonio numerosos documentos, piezas artísticas o literarias y una extensa memoria colectiva. De aquellos cuyos antepasados estaban ya en el nacimiento del monasterio como las ininterrumpidas incorporaciones de las que Catalunya se ha servido para llegar hasta hoy con su identidad y cultura propias: “con manos trabajadoras / se amasa un pueblo de aluvión”, cantaba el del Poble Sec.

Ha estado ahí y se ha implicado en esta historia. La comunidad de monjes benedictinos ha contribuido a la transmisión e investigación cultural en todos los ámbitos. Ha canalizado la devoción de miles y miles de catalanes a la virgen negra (“De pell bruna i aire greu”, escribía Pere Quart). Una Moreneta que nos recuerda la dulce protagonista del Cantar de los Cantares (Nigra sum...). Ha ejercido de eje del fascinante paisaje de su macizo de conglomerados pétreos verticales que no deja indiferente a nadie. Y se ha implicado en el pathos político de Catalunya de una forma valiente, acogedora y respetuosa con la pluralidad y la democracia. También ha tenido sus sombras, evidentemente, como le ocurre a cualquier institución humana y más aún si hablamos de mil años ¡diez siglos!

El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, elogió recientemente “la persistencia, la paciencia, la humildad, la sencillez y la acogida” de Montserrat. Son cinco características que definen muy bien por qué la Catalunya del siglo XXI se ha abocado a festejar, también institucionalmente, esta efeméride. No estamos tan centrados en el pasado, claro, sino que nos interesa extraer, de estos valores constantes, ejemplos para nuestro presente y nuestro futuro. De eso va el Milenario de Montserrat y el entusiasmo de las instituciones públicas por darle su máxima dignidad. Espectáculos, exposiciones, reflexiones, publicaciones, encuentros y un sinfín de actividades marcan la agenda desde el pasado septiembre hasta todo el 2025.

Por último, a nadie se le escapa la dimensión religiosa del Milenario. Hay muchos motivos que justifican la existencia de Montserrat. Pero hay uno fundamental: la vocación religiosa de sus monjes, encuadrada en la tradición cristiana. De vez en cuando debatimos sobre cómo debe verse y participar lo religioso en un mundo laico (para resumir). En el caso que nos ocupa, me centro en dos preguntas recurrentes. Cuando alguien se pregunte para qué sirven las religiones en un mundo que cree que ya puede resolver todos sus problemas al margen de ellas, los mil años de Montserrat y sus consecuencias son una buena respuesta. Y cuando, a través de una confusión perfectamente comprensible en sociedades abiertas, cuestionemos el arraigo cristiano de nuestra cultura actual, podremos exhibir también de ejemplo la fidelidad mutua entre los catalanes, ya indefectiblemente diversos, y este faro irradiador que nos mira desde lo alto.

*Artículo para la revista Vida Nueva (7-2-2025)