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Decía que los ideales conservadores eran malos no porque fuesen conservadores, sino por ser ideales (...) que la regla de oro es que no hay regla de oro.
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Lo valioso y amable a nuestros ojos es el hombre, el viejo hombre que bebe cerveza, inventa credos, lucha, fracasa, el sensual y respetable hombre. (...) Cuando Cristo, en un momento simbólico, estableció su gran sociedad, eligió como piedra fundamental no al brillante Pablo ni al místico Juan, sino a un confuso, un esnob y un cobarde: en una palabra, un hombre. Y sobre esa roca construyó Su Iglesia.
G.K. Chesterton, Herejes, Ed. Acantilado, Barcelona, 2007, p. 41-50
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