Sigo esperanzado por las posibilidades de mejora que puede representar,
en este mundo convulso y desigual, una opción socialdemócrata
consecuente. Preocupado, porque llevamos demasiado tiempo librando
batallas equivocadas que han acabado por confundirnos a nosotros
mismos, pero convencido de que los problemas de la sociedad actual, en
plena efervescencia de transformación, solo encontrarán solución
equitativa y democrática de la mano de políticas fundamentadas en
valores socialdemócratas. Valores que no están en crisis, aunque muchos
duden de que haya voluntad real de defenderlos por parte de algunos
políticos socialdemócratas que, ellos sí, están en crisis aguda de
credibilidad, en medio de un serio problema general de saber para qué
sirve hoy la política.
(...) Libertad entendida como libertades políticas, pero también como la
posibilidad real de que los individuos puedan llevar a cabo, en
sociedad, sus proyectos de vida libremente elegidos, removiendo todos
los obstáculos artificiales como los de posición social, género, raza o
religión que lo dificultan. Igualdad sustancial de oportunidades para
que cada uno pueda aportar según sus capacidades, volviendo a introducir
el valor de la responsabilidad individual junto a la garantía social
de una cobertura de necesidades básicas centrada en los menos
favorecidos.
(...) La diferencia socialdemócrata debe hacer compatible la propiedad
privada y la superioridad técnica del mercado, con la defensa del Estado
y el cumplimiento de otros objetivos de responsabilidad social
corporativa. Refundando el capitalismo sobre la base de no confundir
derechos con mercancías, ni valores bursátiles con valores morales, ni
competencia con darwinismo, ni empresas con negocios; exigiendo una
regulación efectiva de los mercados financieros mundiales, el fin de los
paraísos fiscales, y una gobernanza de la globalización económica (...).
La diferencia socialdemócrata debe recuperar un fuerte componente
humanista en su acción política. Queremos transformar la sociedad para
que los individuos concretos puedan tener una vida más plena y
satisfactoria. Y eso tiene que ver con principios materiales (trabajo,
renta básica, oportunidades, seguridad vital) pero, también, con valores
éticos (educación, cultura, medios de comunicación, criterios de éxito
social) cuya urgencia es evidente con solo observar como transcurre un
día cualquiera en la mayoría de suburbios de las grandes ciudades.
(...) La diferencia socialdemócrata ha cambiado la vieja clasificación de
individuos en clases sociales incompatibles, por la de ciudadanos con
algunos intereses comunes y, otros, confrontados. Y defiende la economía
productiva, creadora de verdadera riqueza, frente a la economía
depredadora, arquitecta de burbujas especulativas. La diferencia
socialdemócrata hace autocrítica de lo hecho ante la presente recesión.
Sobre todo, por contribuir a que los ciudadanos coloquen la política
como tercer problema del país y a los partidos como institución peor
valorada. No es solo cuestión de hacer otra política, sino de hacer
política de otra manera. Para que los ciudadanos perciban y valoren esas
diferencias que son el principio esperanza de que las cosas no solo
deben, sino que pueden, ser diferentes y mejores para todos. Porque sí,
juntos podemos.
Jordi Sevilla, fragments de l'article "La diferencia socialdemócrata", a El País, 30 de març de 2012.
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