El western ha sido un género que tradicionalmente ha expuesto como aceptables -en serio, y no como caricatura- sentimientos y conductas que hoy escandalizan a la hipócrita masa mundial de biempensantes voluntariosos; es decir, de aquellos que se esfuerzan con ahínco por apartar de sí, y además condenan, una serie de pasiones connaturales a la humanidad de todas las épocas. En el western el odio no está mal visto, ni el afán de venganza, ni la ambición, ni la obstinación infinita en la persecución de un enemigo, el deseo de hacerle daño o matarlo, ni la búsqueda de reparación a un agravio, también la de justicia a veces. Los personajes interpretados por James Stewart en Winchester 73 y El hombre de Laramie, ambas de Anthony Mann (por ejemplo, y por recurrir a dos películas no especialmente violentas ni despiadadas), son capaces de abandonarlo todo y dedicarse en cuerpo y alma a la caza de quienes acabaron con la vida de su padre y su hermano menor, respectivamente. El primero, Lin McAdam, no tiene otra ocupación que la de perseguir por medio Oeste a un individuo llamado Dutch Henry Brown, que no es sino su propio hermano y que asesinó al padre de ambos por la espalda. El segundo, Will Lockhart, se instala en un absurdo pueblo en el que nada se le ha perdido, Coronado, porque allí se lo ha maltratado y arrastrado con un lazo y porque se malicia que algún individuo del lugar vendió a los apaches los rifles de repetición con los que éstos emboscaron y mataron a su joven hermano, soldado de Caballería. Por así decir, nada más cuenta para McAdam y Lockhart, el resto de su existencia -si hay resto- está a la espera, indeterminado, suspendido por la única tarea que les importa. Los personajes del Oeste a menudo carecen deliberadamente de futuro, o es más: temen que, una vez concluida la misión que se han impuesto, se les aparezca esa noción incómoda, la de futuro, sin la que la humanidad de nuestros días es en cambio incapaz de vivir y por la que andamos todos endeudados y esclavizados. Tal vez por eso en los westerns se nos suele hurtar o escamotear esa fase: las películas terminan casi siempre cuando el protagonista ha hecho lo que sentía que debía hacer; se nos suele evitar ese momento horrible en el que levanta la cabeza, mira a su alrededor y, como si saliera de un sueño, ya apaciguado, ha de preguntarse: "¿Y ahora qué? No he muerto en este empeño. ¿Qué me toca hacer ahora con esta vida que he conservado?".
Javier Marías a "El espantoso futuro del héroe" a Babelia / El País, 16.7.2011. Imatge: fotograma de Centauros del desierto, de John Ford.
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