diumenge, de maig 06, 2012

Como deseándola *

He sido durante veinte años concejal en mi ayuntamiento. Casi nada. He tenido varias responsabilidades, algunas tan sensibles en temas de corrupción como las de la contratación municipal, la policía local o el urbanismo. No sé si hay que ser muy íntegro porque nunca he tenido la ocasión de enfrentarme a un caso de corrupción, por suerte, ni a ninguna sugerencia extraña de envergadura. Quizá sea esa la anécdota. La presión mediática es tan fuerte que nadie se lo cree.

Aunque muchos de mis interlocutores daban por hecho que entre las atribuciones de un responsable político está la arbirtariedad. Para conseguir un empleo o ayuda públicos, por ejemplo. En estos casos, además de ser claro, no he podido sustraerme del drama personal con el que muchos ciudadanos acuden a sus representantes, de modo que hasta cierto punto lo comprendo. En otros, pidiendo una modificación urbanística o para quitar una multa, hay quien te trata como si fueras el único imbécil que no se entera de cómo van las cosas. “Pues iré a ver al mismo alcalde”, me decían. “Aunque fuera a ver el rey o el papa, al Ley está por encima de ellos”, les respondía ante su cara escéptica. En otros conflictos que he vivido en primera persona, la sospecha de la corrupción, como deseándola, acechaba sin ningún tipo de prueba. Este es el principal síntoma de la crisis política.

De todos modos, no soy ingenuo. Sé que no siempre es así. Por ello hace tanto daño un mal ejemplo y por ello creo que hay que ser inflexible. Y, también como no soy ingenuo, creo -por otra parte- que no debemos rasgarnos las vestiduras al ver como -casi siempre- la política gestiona intereses más que ideas. Les ideas en democracia, inevitablemente parciales, salen de ellos.

* article publicat a la revista El Ciervo del mes de maig de 2012, dins el bloc temàtic "Las corrupciones cotidianas", en aquest cas sobre la política.