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Tres líneas le bastan a Carner para hacernos saber lo que es un ciruelo, otras tres para fijar el carácter de un almendro en particular. Serán, almendros y demás, como Manent nos advierte, árboles antropomorfistas, ya que el hombre se toma siempre por medida de todo; mas es una justa medida, puesto que en la Tierra no hay otra, y hasta el día en que algo pueda inducirnos a creer que un manzano se piensa a sí mismo, habremos de aceptar como sentido suyo auténtico y único el mensaje que su presencia irradie hacia el alma del hombre. Si es cierto que los hombres les prestan sus sentimientos a las cosas, no es menos cierto que a menudo los han aprendido de ellas. Los tallos han enseñado a decir “gracia” y las fuentes “pureza”. Carner es recopilador y descifrador maravilloso de esos signos, que son como el alfabeto de la felicidad.:El objeto elegido, pulcramente disecado de toda fibra inútil, su mano, más ligera que la de un cirujano ilustre, nos lo alarga intacto, sin que haya sufrido un filamento o el polvillo de plata de una hoja. Y no sólo los seres de toda especie dicen en Carner, con brevedad de oráculo, su modo y su razón de ser, su esencia y su quintaesencia. Lo dicen el aguacero fino y el plenilunio de otoño, el mes de noviembre y el día de marzo. Lo dice el instante más veloz. Nadie amó más que Carner el instante; pero los poetas del instante y el color del tiempo suelen decir sin palabras: “Todo pasa”, y Carner dice “Todo queda”. Eterniza el momento, no sólo salvándolo del olvido, sino convirtiéndolo en modelo de sí mismo.
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De Paulina Crusat, a Carner, poeta esencialista (1959)
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