Entretanto, el buen sacerdote y el buen ateo se quedaron a la cabeza y los pies del muerto, en silencio y a la luz de la luna, como estatuas que simbolizaran sus respectivas filosofías de la muerte.
G.K. Chesterton, Los relatos del Padre Brown, trad. M. Temprano, Ed. Acantilado, Barcelona, 2008, p. 43.
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