La gran revolución del Renacimiento es la profundidad. El medieval había sido un mundo centrípeto, obsesionado por el centro y por el sistema. (...).
En una civilización centralista y sistemática, el arte debe ser necesariamente canónico, con fuerte tendencia a la alegoría. Así ha sucedido siempre, en Egipto, en el Imperio Bizantino. Lo que llamamos Renacimiento, por el contrario, rompe los límites de los distintos mundos. (...)
El Renacimiento es centrífugo y estalla en grandes líenas de fuga que exigirán siempre una apueta por la profundidad, por la exploración y, en la medida de lo posible, por la colonización. Pienso en cinco, cuendo menos, cargas de profundidad: la que abre "la tierra conocida", con los viajes de descubrimiento; la que abre el Universo, con el fin del geocentrismo; la que abre el cuerpo, con la unificación de las figuras del médico y el cirujano; la que abre el espacio plano de la representación con el cuadro-ventana y la perspectiva; y, finalmente, la que abre el Yo, con el asentamiento del individuo y el nacimiento de la psicología.
Rafael Argullol, Maldita perfección, Ed. Acantilado, Barcelona, 2013, pp. 36-37.
Il·lustració: Piero della Francesca, La flagel·lació de Crist, Galleria Nazionale delle Marche, Urbino (c. 1455-1470)
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