Quien sí tenía sangre en las venas era sir Huber Sand. Una sangre muy roja que estaba afluyendo a sus marchitas y curtidas mejillas con esa calidez vital característica de la indignación inocente y natural en los benintencionados.
G.K. Chesterton, Los relatos del Padre Brown, trad. M. Temprano, Ed. Acantilado, Barcelona, 2008, pp. 1052.
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